A veces basta una campanada,
algunos dolores en el cuerpo,
un llamado desesperado
para no morir en territorio ajeno.
Ahí sobran las palabras,
se desgastan las miserias,
cuando la vida es un abandono
insostenible,
sin vástagos, sin ramas,
apenas una raíz mortecina,
un deambular desolado,
un cuerpo infecundo,
un paseo intrascendente.
Sin embargo existen lágrimas,
existen penas,
algún recuerdo imborrable
se cruza en el camino,
aquel que lleva a la eternidad,
el hogar donde descanzan,
nuestros lazos de sangre.
Inicio mi blog en 2005. En el está contenida gran parte de mi poesía. Lo que me resta por vivir bien pueden ser unos 25 años, quizás más, quizás menos. Estoy en un período en el cual se capitaliza la experiencia.
11.6.19
Un otoño para morir
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